Historias detrás del trámite migratorio

Los trámites migratorios atormentan a miles de extranjeros que han llegado a nuestro país. Estas son sus historias.
Yanara Barra

«Papeles, papeles», grita una joven haitiana en la calle Fanor Velasco, ubicada en pleno Santiago Centro y que coincide con uno de los lugares más cotizados en estos últimos meses: la oficina del Departamento de Extranjería y Migración (DEM).

La mujer se acerca a sus compatriotas para ofrecerles asesorías en el proceso migratorio, explicándoles que por solo $7.500 en efectivo, los ayudará a llenar el formulario de postulación, sacarles fotografías tamaño carnet y realizarles una carta de presentación que muchos migrantes presentan en las oficinas del Gobierno a modo opcional. Es que uno de los rubros que más se ha expandido en el proceso de regularización, son este tipo de comercio establecido. Se trata de la «Casa del Inmigrante», «DYB»  o Dollenz Consultores, todas ellas tienen largas filas de personas que esperan ser atendidos por chilenos, peruanos y venezolanos.

La trabajadora haitiana, que prefiere reservar su nombre, cuenta que lleva pocos meses trabajando en el lugar, y su misión es hablar con haitianos que no entienden español para ayudarlos con el papeleo.

«Me gusta ayudar a mis compatriotas, sobre todo los que vienen recién llegando. Hay veces que los taxistas de aquí se aprovechan y les entregan el vuelto con dinero falso. Yo les advierto de todo eso», comenta la mujer.

Un chileno de unos 65 años y con un gorro ruso pasa por delante de la haitiana. El hombre, llamado Emilio, se acerca a los extranjeros que están en las filas para hacer sus trámites y les ofrece sus productos: carpetas de plástico y portadocumentos de variados colores.

“Por necesidad me puse a vender en la calle y este ha sido un negocio bueno. Desde enero hasta ahora he vendido mil carpetas a $800 cada una. El tema es que últimamente ha bajado la cantidad de migrantes que vienen. Ahora todos se dirigen a la sede de extranjería que queda en Matucana, así que esta será la última semana que estaré acá», comenta Emilio, y saluda a otro vendedor de carpetas de nacionalidad peruana.

Mientras Emilio vende una de sus carpetas, a su lado se ubica Vérica, una venezolana que llegó a Chile hace 12 meses con su hijo mayor. Vérica vende todos los días entre 30 a 40 empanadas de pabellón (carne mechada, porotos negros y plátano frito), pollo y carne mechada para pagar el arriendo de su pieza en el sector de Plaza Brasil. Su sueño es traer a su hijo menor desde la ciudad venezolana Puerto La Cruz y poder ayudar a sus familiares en su ciudad natal.

Aunque Vérica está esperando que le den la respuesta de su visa temporaria, ella cree que los cambios que hizo el gobierno han sido buenos, ya que han agilizado el trámite migratorio. El único problema que ha tenido ha sido con Carabineros, quienes en más de siete oportunidades le han quitado su mercancía.

«Los Carabineros me han quitado la comida y me han golpeado. De hecho, ya he perdido seis termos de café, por eso ahora solo vendo empanadas. Me da pena cuando botan la comida, imagina lo que es para nosotros, porque en nuestro país estamos pasando hambre», comenta Vérica, quien espera con ansias que a ella y su hijo les otorguen la visas de trabajo y así poder buscar un mejor lugar donde laborar.  

Frente a Vérica se encuentran seis taxistas quienes se acercan a los migrantes y les ofrecen traslado a las oficinas de la PDI en Eleuterio Ramírez, a unas diez cuadras de la oficina del DEM. Ahí los migrantes deben ir a hacer otro papeleo: registrar la Visa.

«No queremos hablar porque últimamente nos han hecho mala fama», comenta el más joven de los taxistas, quien asegura que ellos ayudan a los migrantes ya que muchos llegan con poco dinero y los taxistas les cobran $1.000 por la carrera. Eso sí, deben completar los cuatro cupos del auto, de lo contrario los pasajeros deben pagar la carrera completa.

A unas tres cuadras del las oficinas del DEM, se encuentra una sede del Registro Civil. Una larga fila de personas se amontona, pero no es para entrar al recinto, donde  acuden para sacar la cédula provisoria. En realidad, la hilera está formada para sacar fotocopias en una impresora portátil que está siendo atendida por dos jóvenes: un haitiano y un peruano.

Aunque prefiere mantener su nombre en reserva, el ciudadano peruano comenta que decidió dedicarse a la «fotocopiadora portátil» luego de que hace unos siete meses atrás, él mismo sacara sus papeles y se diera cuenta que en el lugar no había recintos para sacar fotocopias. Arriba de un carro metálico de feria y conectado a un aparato de electricidad –también portátil–, el hombre comenzó su negocio. Al ser tan demandado, otros extranjeros y chilenos empezaron a imitar su estrategia y el lugar se llenó de «fotocopiadores», quienes cobran entre $200 y $300 por la impresión.

«Actualmente estoy solo acá. Como ha bajado la cantidad de gente haciendo los trámites, los otros comerciantes ya no han vuelto», comenta el joven peruano quien, mientras en su puesto se queda su compañero, va a saludar a un haitiano que vende café, a una boliviana que ofrece panes de tortilla de pollo y una venezolana que espera vaciar toda su caja de arepas rellenas para irse a su casa.

De un momento a otro los comerciantes de empanadas, fotocopias, carpetas y plastificado, se dispersan. Dos Carabineros en moto entran a la escena con la misión de inspeccionar y fiscalizar el comercio ambulante. Uno de los oficiales comenta que si fuera por él, no les quitaría los productos a estas personas, ya que sabe que lo hacen por necesidad, pero ellos solo acatan la ley.

«El verdadero problema del comercio ambulante tiene que ver con los municipios, ya que estas personas no pagan patente», explica el Carabinero, quien advierte muy convencido que en los lugares donde hay más comercio ambulante aumenta el número de delitos por robos y lanzazos.

Los Carabineros se retiran por Avenida Manuel Rodríguez y poco a poco los comerciantes ambulantes de distintas nacionalidades vuelven a sus puestos de trabajo. Los migrantes que tramitan sus procesos regulatorios se acercan a ellos, algunos por una fotocopia, otros buscando un trozo de su país en las comidas típicas que se ofrecen y que seguirán degustando los días venideros otros extranjeros que requerirán los servicios de Emilio, Vérica, la mujer haitiana y el joven peruano. 

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